Historias de la vieja (mamá) _Honduras_
"El
finado Octavio era impactado (palabras literales de ella refiriéndose a una persona que había hecho pacto con el diablo.) Así se hizo rico. Tenía vacas, tierra y dinero, por eso cuando se murió quedó
asustando. Paco se ahorcó
allí en el palo de anona donde Silvano. A los policías, yo
bien recuerdo cuando los Muñoz los mataron allí por la subida
donde Martita. Yo, Martita e Inéz le cortamos el cuerito que le sostenía la mano
colgando a Chamino Muñoz debido al machetazo que uno mismo de sus hermanos le
dio, por quererle quitar de encima al
policía
que lo tenía
con una ahorcadora por la espalda. El hombre sin cabeza, ese no solo una vez lo
vimos. El carro fantasma, Amadon cuenta que no hace mucho lo vio, "narraba mamá con
tono serio y tembloroso cuando daban las oscuras seis o siete y media de la
noche en San Andrés.
Debido
al precio de las velas usábamos
ocote, por ser más
barato y fácil
de encontrar en las montañas, no obstante el humo que este generaba nos ahumaba hasta las cejas. A dichas horas
se apagaba la luz, pues en San Andrés las 6:00 pm ya era demasiado tarde, e inmediatamente
todos decíamos: "noches mami, noches Marta, noches Sandra", entre nosotros. Ciertas veces rezábamos un
Padre Nuestro o algún Ave María. Acostarse
a las nueve era algo para contarle a todos el siguiente día; era
una desvelada terrible según todos en el pueblo.
Sin embargo, en la flor de nuestra niñez no era fácil dormirnos a las siete. Además casi siempre después del buenas noches, que se suponía era la despedida hasta el día siguiente, mi madre acostumbrada a como grabadora, a petición de nosotros claro, noche tras noche, contarnos a mis dos hermanas y a mi, historias del pueblo, chistes, cuentos, leyendas y adivinanzas. Las contaba de una manera magistral, aun siendo casi analfabeta.
La costumbre se había arraigado sin ser regla. La noche que ella no lo hacía, mis dos hermanas comenzaban con el repertorio de la vieja o algunas otras. A manera de hacerla romper el hielo, uno de nosotros le preguntaba: "¿mami a dónde asustaba el finado Octavio? y ¿el duende, por qué los apedreaba en la casa de Martita?, etc...
Y comenzaba... "pues no me recuerdo bien del finado Octavio porque yo aún estaba cipota, solo sé que vivía donde ahora es el centro de salud; ¡allí asustan!; a nosotras era mi mamá que nos contaba. Ahora del duende si bien me recuerdo, a veces estábamos cociendo nixtamal en la cocina de Martita y el trato era que llegara algún hombre para que los tizones comenzaban a salir disparados de la hornilla, caían pedradas en el techo, tumbaba las ollas violentamente por todos lados y hacia que la gente se cayera al piso golpeándolos con palos en la espalda y "¿por qué el duende les hacía eso mami?", preguntaban mis dos hermanas atrapadas en la trama.
A todo esto, los tres mosqueteros sudábamos bajo las cobijas tapados de pies a cabeza temblando del miedo e imaginando que el duende se dirigía hacia a nosotros, yo dormía al rincón de ella y me tapaba sin tan siquiera dejar entrar el aire; sudando y casi ahogándome. Mis dos hermanas que dormían juntas por momentos se quedaban en silencio y solo se escuchaba su respiración agitada también por la falta de aire.
Y así se levantaba sola y furiosa a ver qué pasaba afuera, mientras nosotros tres adentro continuábamos temblando. Después de los relatos aquellos podíamos estarnos orinando o haciéndonos del dos y no salíamos a hacer porque además debíamos ir al monte a falta de letrina.
Después
de atemorizarnos con lo que nosotros mismos sabíamos
pasaría.
Mis hermanas comenzaban con sus adivinanzas.
"Sin sin de día, sin son de noche, corre de día y corre de noche, ¿qué es?", preguntaba una de ellas. La respuesta la sabíamos hacia tres años, pero había que ponerle suspenso al ambiente a manera de dormirnos a las siete u ocho de la noche. "El carro, el ataúd, la araña" Eran las respuestas que le dábamos erróneamente, a propósito, mientras quien la había dicho se jactaba de estarnos martirizando con su difícil acertijo.
Generalmente, nos quedábamos dormidos a las siete y media u ocho. Aunque cuando llegaban Armando y Omar a escuchar las historias, chistes, cuentos, leyendas y adivinanzas de casa, alrededor de luz de ocote en el piso de tierra o cuando ya nos modernizamos alrededor del candil,esas ocasiones nos acostábamos más tarde. Los visitantes aprovechaban la atención de mis hermanas para contar sus propios chistes picantes.
De esta manera, ignorando que los colchones existían humildemente, la dueña de la casa les tendía una cobija en el suelo para que durmiesen. A partir de ese momento se instalaba un silencio sepulcral que se rompía hasta el día siguiente a las cuatro o cinco de la mañana con el canto de los gallos o el frio de la madrugada. Allí y así terminaban las noches en aquella casa de adobe en medio de la montaña; entre risas, miedo, sudor y suspenso escuchando historias de la vieja más poderosas que la valeriana.
Texto de Orlando Pineda.